Alejandro Correa - Historia de Ceuta

Reproducción integra del capítulo 15 del libro de Alejandro Correa de Franca "Historia de Ceuta"

El libro "HISTORIA DE CEUTA" de Alejandro correa de Franca constituye un documento básico de la historiografía local en Época Moderna y Contemporánea, tanto por su carácter de estudio erudito como por el de crónica de su tiempo. De ella se han nutrido casi todas las obras posteriores más rigurosas, desde Lucas Caro y León Galindo a Criado y Ortega. Incluso hoy en día ningún investigador puede dejarla de conocer y utilizar como fuente, no sólo para Ceuta sino para todo el ámbito del estrecho de Gibraltar.

El manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid es el original del autor, que a su muerte (1750) heredó su sobrino Melchor Correa de Franca. Aunque diversos autores obtuvieron copias parciales como Ramos y Espinosa de los Monteros, no serán hasta 1946 cuando el Ayuntamiento de Ceuta encargue, por medio del escritor Rafael Gibert, una copia completa que realizó José de la Rosa Alcaraz.

CAPÍTULO 15. MARTIRIO DE LOS SANTOS DANIEL Y SUS COMPAÑEROS, PATRONOS DE CEUTA

De los ínclitos siete compañeros santos Daniel, Ángelo, Samuel, Dónulo, León, Vgolino y Nicolás, patronos de Ceuta, se ignora el nacimiento, patria y padres y sólo se sabe, sin duda alguna, fueron legítimos y verdaderos hijos espiritvales del gran padre, sin par humilde, san Francisco de Asís, notorio en toda la redondez del mundo y que su sagrado instituto y religión fue su dichoso nacimiento y patria, en que exerciendo echos excelentes consiguieron triunfos prodigiosos, conque, arrebatados de las contingentes arriesgadas vatallas de la tierra al sosiego permanente de la paz del cielo, se vieron laureados en los altares de los sagrados templos. Con deseos y ansias del martirio se fué al cielo //19r el gran padre san Francisco, dejando en esta herencia a muchos de sus hijos que, puestos los medios y humanas diligencias, no pudieron lograr esta fortuna. No por eso dejaron de ser santos, confesores y vírgenes, con penitencias en que se ensayaban, y a Dios pedían, con lágrimas y suspiros, abriese puertas por donde entrar a sacrificar sus vidas, predicando y exaltando la santa fee y, de Jesús, el dulcíssimo nombre.

Era vicario general de la franciscana religión frai Elías; ministro probincial de su orden en Calabria, frai Daniel; governador y alcaide de Ceuta y su comarca, Arbaldo por Mahamet Enazer, llamado el Miramamolín; y Almanzor, rey del ymperio de Marrvecos, en cuio auxilio y de sus vasallos y contra la perfidia mahometana declaró la seráphica religión sus deseos santos de que algunos de sus religiosos pasasen a esta conquista de almas entregadas a immundos vicios y dominadas del mismo Satanás. Entre ilustres santos y héroes experimentados, fue escojido Daniel por general de esta tan arriesgada y dificultosa empresa y, alistando a los seis en la vandera de la cruz, quedó completo este exército sagrado. Provisto de vituallas y municiones en los abundantes ricos almagazenes de la palabra de Dios y equipado cada vno con báculo y breviario, reciuidas las bendiciones del superior general Elías y los brazos y cariños de todos los religiosos, sus hermanos, con semblante alegre y esforzados, confiados no en el suio sino en el poder divino, marcharon a su destino dejando a muchos anegados en lágrimas de santa emulación, considerando lograrían la posesión del rico maiorazgo, de tantos pretendido y de ninguno de ellos alcanzado.

Llegaron a Tarragona y allí se embarcaron y en Ceuta, con amor y caricias, fueron hospedados por mercaderes portugueses, genobeses y franceses, que en aquel tiempo en ella residían mui ricos, asistidos de vn clérigo, vn religioso dominico y otro franciscano, sacerdotes, para enfrenarlos a quanto combenía a buenos christianos. Y, juntos todos, vivían en vn barrio llamado Alfondega. Allí los santos discurrieron que, aunque su vocación los trahía para pasar a Marruecos, sería más importante predicar la fee en ésta, adonde se hallaban, respecto no faltaban en Ceuta las mismas causas que les llevaban para predicar en Marrvecos. Todos con charidad se combinieron en esta misma idea y Daniel a los demás, sobre el intento, hizo vna docta y fervorosa plática y después pasaron tres días en total retiro, suplicando a Dios les concediese su bendición, gracia y eficazes auxilios; al cuarto, echas las diligencias combenientes, sin que otro que ellos lo entendiese, salieron a la plaza, en que era el mayor concurso de los ynfieles; allí predicaron las verdades de la fee de Jesu Christo y errores del falso //20r proterbo Mahoma. A esta novedad concurrió multitud de ynfieles; obstinados, con rabia les embistieron y ciertamente les quitaran las vidas si los talbes y letrados, queriendo llevar este delito por rigor de justicia, no los hubieran detenido. No obstante, en este primer lanze triunfantes consiguieron muchos oprobios, golpes y algunas heridas.

A la presencia de Arbaldo, alcaide o govern a d o r, atropelladamente fueron conducidos y, viéndolos, disimulando su irritado enojo, le pareció poder combenzer la constancia de los santos con los argumentos ridículos y llenos de erro res de sus talbes y letrados. Daniel, con voz de todos, lleno de zelo de la honra de Dios y de la fee, con intrépido aliento, contradize sabia y claramente a los talbes, probando ser enredo quanto el Alcorán en sí contiene y que Mahoma es profeta falso y embustero y que solamente la ley de los christianos es santa y verdadera, rogando humildemente a todos quieran vnirse a ella para lograr el fin de gozar de Dios en la eterna bienaventuranza. Aunque el bárv a ro juez se hallaba más y más enojado, esperaba ver a los santos combencidos y, ya que no pudo por medio de sus talbes, mandó que en la cárzel sean encerrados y oprimidos con pesadas cadenas, aguardando obtener con el rigor el triunfo de ver reducidos a algunos de ellos a su secta y dictamen. En dura y cruel prisión ocho días fueron encerrados, logrando del cielo favores exquisitos por medio de ángeles que los confortaban llenando los obscuros calabozos de hermosos y dulzes esplendores. Todos juntos, en cánticos daban mui alegres gracias a Dios y muchas alabanzas, cuia armonía puso a los guardias en cuidado para que, azechando por los resquicios de las puertas, absortos y pasmados viesen lo que jamás ellos creían. Avisaron con presteza a Arbaldo lo raro y peregrino que con los frailes estaba sucediendo.

Arbaldo, gobernador, acudió a toda priesa y permitió Dios que viese y oiese todo lo que los medrosos guardias le hauían referido; pero, como él era inclinado a todas suertes de maldades, lo atribuió a encanto y creió eran los santos hombres supersticiosos y echizeros. Rezelando y temiendo no se le escapasen de la cárzel, mandó los llevasen a su casa; bien asegurados, allí les persuadió, prometiéndoles regalos, delicias y deleites, dejasen ya a Jesu Christo y siguiesen la doctrina de Mahoma. Pero el santo Daniel, lleno de Dios y abrasado en llamas del amor divino, elevado su espíritu al cielo, sin algún pabor y cuidado, prorrumpió en alabanzas del que, siendo eterno Dios, quiso humanarse y vajar a la tierra para satisfazer el pecado de Adán y su progenie. Y luego se introdujo a probar que quanto en sí contenía el Alcorán de Mahoma era vn engaño y embuste manifiesto.

Arbaldo, bramando de coraje, ira y rabia, sin dilación decretó que a todos, sin distinción, les cortasen las cabezas. Esta sentencia fue el consuelo //20v de los santos y ésta fue la alegría por que vnos a otros se dieron immensos parabienes, porque havía llegado el día festivo por ellos con tantas ansias deseado, ya la demora les era intolerable y cada instante que se detenían en la tierra les parecía mill años tristes.

La paz y el gozo con que los santos caminaron a la plaza, lugar destinado a su martirio, las gracias y alabanzas que a Dios daban, lo que le suplicaban y el modo con que sus almas encomiendan, no es fácil de escribir; pero sí de marabillar cómo sufrieron los golpes de alfanges, palos y pedradas, y de pies y manos, injurias y oprovios, que en esta ocasión alegres recivieron. Llegados al verdugo, inclinaron las cervizes y, cortadas las cabezas, consiguieron por la fee de Jesu Christo las palmas y laureolas del martirio en 9 de octubre de 1227. No contenta la pérfida canalla con el visto martirio, quebrantadas por escarnio y burla las sagradas cabezas, arrojadas vnas contra otras como si fuesen bolas, y partidos los cuerpos en pedazos, boltearon los vnos miembros contra otros y después los entregaron a la turba de muchachos, para que por toda la ciudad fuesen arrastrados.

Algunas horas se pasaron sin que los christianos mercaderes y sus capellanes supiesen el fracaso que a sus queridos santos sucedía. Luego que lo entendieron, corriendo desalados (sic), los buscaron y con rvegos y dones las reliquias santas fueron rescatadas y guardadas en sus casas con la mejor decencia hasta que, con el tiempo, los devotos portugueses a su país las transfirieron, adonde los que se les encomiendan experimentan prodigios singulares y no comunes milagros. Mucho tiempo estubieron estos santos sin ser canonizados, hasta que en el año de 1516 León décimo, pontífize máximo, les declaró el culto; conque en Ceuta con solemne pompa, gusto y aparato fueron conocidos por patronos.

Y en los tiempos que en Ceuta havía religión y no la profanidad liviana y lamentable que en éstos se ha introducido, obserbaban todos sus vecinos la loable costumbre de dar bueltas por la circumferencia de la plaza, noche y día que cumplía años el martirio de estos santos, pidiéndoles devota y encarecidamente su socorro y patrozinio en las necesidades; y muchas personas tenían esta devoción diaria. Francisco Rodríguez Piñón y María Barbosa, su muger, vecinos de Ceuta, no teniendo hijos dedicaron su hacienda para missa cotidiana en el altar de estos santos devotos y azeite para la lámpara y para que annualmente se les hiciese solemne fiesta y sermón.

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