Detalles como "ejército sagrado", del que era "general", San Daniel, "con banderas de la cruz de Cristo", los abrazos cariñosos y estremecidos de sus hermanos en la despedida, las municiones abundantes con que se proveyeron de los ricos "almagacenes de la Palabra de Dios", etc., hacen que la descripción del viaje adquiera una ternura y delicadeza nada común.
Vestidos con sus humildes y sencillos hábitos, apoyados en sus toscos báculos, bien pertrechados de las palabras de Cristo, que dijo: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura", y teniendo por guía y jefe de la audaz expedición a San Daniel, iban alegres y contentos en busca del martirio, porque el Señor los había encontrado dignos de padecer por su Nombre.
No obstante, sus primeros propósitos de ir a Marruecos, por altos designios de Dios, cambiaron de parecer y decidieron venir a Ceuta, donde sus frágiles cuerpos serían inmolados como hostias vivas agradables a Dios.
Obtenido el permiso del provincial, Padre Elías, y la bendición de San Francisco, partieron hacia Ceuta: