CEUTA EN EL MEDIOEVO

Nuestro pasado islámico comienza antes que el de la Península, aunque finalice, también, con anterioridad a poblaciones del antiguo reino granadino como Málaga, Almería o Granada. El momento en el cual el impulso musulmán llega a nuestras puertas se fecha en el 709, para preparar un desembarco sobre la orilla opuesta que se producirá dos años más tarde. Debió ser una fuerza imparable a la que Ceuta, como Tánger, se rindieron sin demasiadas esperanzas, y que dieron por resultado la gestación de la leyenda del Conde D. Julián, tantas veces cantada en romances antiguos.

Los siete siglos que se abren entonces no serán ni mucho menos monolíticos, serenos y placenteros. En aquel período, como en casi todas las épocas de la historia, se convivió y se combatió; se vivió en una palabra. Una imagen que está muy lejos de la almibarada visión de Al-Andalus, acuñada por la novela histórica al uso, como del lujo principesco de la pintura africanista.

Tras la entrada de los guerreros de Alá, los invasores del Califato de Damasco la arrasaron en el 740, siendo reconstruida años más tarde por los gomaris del entorno, quienes se sometieron al imperio de los Idrisíes, dueños de casi todo el norte de Africa.

Abderrahman III tomó Ceuta en el 931 para el Califato Omeya de Córdoba, y así se vuelve a la dependencia peninsular, rota con la autoproclamación de la urbe como Taifa independiente, entre 1061 y 1084. Este intervalo de autogobierno de Sebta, finalizará con la invasión de los almoravides, que continuarán atravesando la península ibérica hasta llegar a Aragón. Es el momento de Yusuf ben Taxufín, de la instalación de su corte en nuestra ciudad y del nacimiento en ella de su hijo y sucesor, Alí, en cuyo reinado nacería también en Ceuta el geógrafo Al-Idrisis.

Algo más de medio siglo después, son los almohades quienes se asoman al Estrecho, conquistan la población y luego saltan sobre la península. Alcanza entonces nuestra medina sus mejores momentos, conviviendo con la avanzada sociedad islámica, comunidades judías y cristianas, esta última formada por mercaderes aragoneses, marselleses, genoveses...; ambas tenían su residencia en arrabales y fondaqs en los cuales comerciaban y practicaban su religión pacíficamente y sin ostentación.

Sabemos, no obstante, que los almohades no siempre fueron tan tolerantes. En ocasiones perseguían a los judíos, a los que confinaban en mellahs, y se producían casos de martirio de misioneros franciscanos, como los dos efectuados en Marraquech en 1219 y 1232, y el de San Daniel Fassanella y sus compañeros en la Ceuta de 1227, por lo que años después serían proclamados Patronos de la Ciudad.

El mandato almohade fue, sin duda, de los más revueltos, sometiéndose Ceuta en 1231 al Rey de Murcia, interviniendo a su favor una escuadra de Génova denominada de los Calcurinis y volviendo a declararse Señoría Independiente entre 1232 y 1237. Después de una corta transición, se hacen con el control local los azafíes, a quienes los encontramos alineados, ora con los benimerines –el sur– ora con los nazaríes –el norte– y teniendo como fiel de la balanza los pactos que con unos y con otros hacen y deshacen los monarcas aragoneses del siglo XIII y XIV.

La imagen de ciudad cosmopolita de los almohades dejará paso a otra, culta y refinada, descrita con entusiasmo por el último cronista local meriní: Al-Ansari. Sin embargo, el declive político y dinástico la arrastrará en su caída siendo incapaz de resistir el ataque lusitano y dando a los conquistadores una visión de urbe decadente, mal poblada y mucho peor defendida, cuyo estado mostraron los espías lusos en la preparación de la conquista, corroboraron en su ataque los asaltantes y ofrecen los grabados de la época en sus representaciones.

De forma similar a como se produjo la invasión islámica, de sur a norte del Estrecho, y se repitió una y otra vez durante setecientos años, la reconquista ibérica vuelve a salvar el vestíbulo del Mediterráneo, ahora de norte a sur, y se toma Ceuta, de la mano de Portugal.


Dominación portuguesa